Había un una vez, un bosque muy grande en el que vivían muchos animales en armonía. El bosque estaba lleno de grandes arboles frondosos que protegían las plantas que vivían bajo el fuerte sol que salía contento cada día para iluminarlo y darle calor. Todo allí era paz, pues junto a las plantas convivían los animales que se creaban sus casitas para esconderse de otros animales y para descansar por la noche.
Por otro lado, el bosque tenía vida también cuando estos animales descansaban, en el bosque habían animales que eran amigos de la luna. Y cuando el gran y fuerte sol empezaba a despedirse, su fuerte luz empezaba a ser más débil y todo empezaba a oscurecer, otros animales se ponían muy contentos porque habían estado todo el día descansando y reservándose para cuando llegara la noche.
Al final del día, el sol daba paso a la luna, que salía cada noche muy contenta por que volvía como cada noche a ver a los animales del bosque. Tenía el aspecto de un disco de luz blanca, unos grandes ojos y siempre sonreía.
Para cuando iba a salir, todos los animales nocturnos del bosque estaban preparados porque su luz era especial. Habían noches en que permitía ver a lo lejos, gracias a la gran cantidad de luz que reflejaba. Estos días eran muy especiales, porque animales como los búhos, las ginetas, los zorros, los jabalís y los linces, se movían con total libertad y júbilo. Estos animales, preferían salir de noche porque no les gustaba la luz directa del sol. La mayoría de animales al igual que hacemos los humanos, aprovechaba la noche para descansar. Pero estos, al contario, descansaban durante el día para cargarse de energía y salir por la noche.
La noche no les asustaba, no temían la oscuridad, al contrario, se sentían arropados por la luna que cada noche les abrazaba con su luz blanca y suave con la cual podían jugar.
Los búhos se posaban sobre las ramas más altas de los árboles y se divertían viendo como por la noche el bosque recobraba la vida y volvía la actividad, igual que por el día pero con animales diferentes, tenia una forma muy peculiar de reírse que todos conocían y que hacía así… (audio de búho) . Y es que en este bosque tan especial, todos los animales jugaban un papel muy importante y cumplían sus funciones con las cuales, allí todo era perfecto. Cada uno aportaba su granito de arena para crear un equilibrio maravilloso.
La noche duraba aproximadamente lo que duraba el día y en ese tiempo, todos aprovechaban al máximo, la mama jabalí bajaba de las montañas con sus jabatos al rio para bañarse y beber. El zorro salía a correr por la noche escondiéndose entre las plantas y mostrando a relucir su bonita, ancha y tupida cola marrón. Las ginetas, que son unos animales muy escurridizos y difíciles de ver sacaban a relucir su aspecto gris y moteado y su preciosa cola con anillos blancos concéntricos. Y el lince, que era el gran felino del bosque y el animal más fuerte de la noche, aprovechaba las sombras para moverse sigilosamente y sorprender a algún animal despistado que no se hubiera percatado de su presencia. En mayor o menor medida, todos actuaban en equilibrio con la luna que con mucha alegría se sentía reconfortada por ayudar a todos sus amigos.
Cada día se repetía lo mismo, el sol empezaba a bajar, la luz disminuía y mientras un grupo de animalitos se disponía a descansar como eran las mariposas, los pájaros y las cabritas, otros empezaban a estirarse porque sabían que llegaba la hora de salir.
Un día, después de salir la luna, los animales nocturnos se dieron cuenta que no se veían tanto como el día anterior, notaban que algo raro y diferente pasaba, pero no sabían decir que era. El búho, desde las ramas más altas de los árboles, tenía que arrugar la frente para vislumbrar a los pequeños jabatos que se movían rápida y esquivamente detrás de mama jabalí. Parecía extraño, pero la vida seguía y los animales continuaban con sus labores diarias. La siguiente noche, todos los animales salieron con la idea que mejorara visibilidad en la noche pero era muy parecida a la noche anterior o un poco inferior.
Fueron pasando los días y la cosa iba empeorando, cada vez había menos luz y una noche, el pobre zorro que salió a correr, muy contento, se dió un cabezazo contra un árbol. En ese momento, se reunieron y fueron a hablar con el lince, que era el más inteligente de los animales, para saber si él era capaz de darles una explicación a tan desafortunado incidente que se repetía noche tras noche.
El lince, que era un animal muy serio y reservado, permanecía quieto sobre una gran piedra que había justo en el centro del bosque.
Los búhos, los jabalís, la gineta y el zorro se aproximaron cerca de su casa y le preguntaron si podía darles una explicación. El lince se quedó en silencio unos segundos y preguntó al resto de animales:
-Habéis mirado a la luna? Los animales que no solían mirar a la luna directamente vieron que esta ya no era tan grande como de costumbre, tan solo había media luna y la cara no era de muy contenta precisamente.
-Que está pasando? Dijo la gineta con cara de tristeza.
– la luna cada noche es más pequeña- contestó el lince preocupado.
Todos los animales reunidos miraron hacia arriba, al cielo, donde estaba la luna, que con la mitad de luz, no brillaba como estaban acostumbrados a ver.
Debatieron toda la noche para encontrar una solución, el zorro propuso dejar el bosque e ir a las llanuras para tener más visibilidad. La gineta que era una trepadora formidable propuso moverse por encima de los árboles que se veía mejor. El jabalí propuso mudarse de casa cerca de las charcas para que ningún jabato se le perdiera. Pero nada de esto era una verdadera solución al problema que tenían.
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