Había una vez, una selva maravillosa llena de animales de todos los tamaños, aquella selva se llamaba la selva mágica. Allí vivían grandes familias de diferentes tipos de animales. Tigres, leones, zorros, pájaros, caballos y hasta peces. Pero solo los animales más sabios y valientes sabían el motivo por el cual aquel lugar se llamaba la selva mágica.
Coco era un pajarito recién nacido que vivía allí en su nido y no entendía qué sucedía a su alrededor. Veía a la familia de tigres caminar cada mañana hacía al lago, hundían sus hocicos en el agua. Los cachorros rodaban por el suelo lleno de hojas mientras sus padres trataban de levantarlos.
Otro día, observaba a las gacelas que caminaban libremente por los pastos, saltando y jugando formando bandadas que se movian a mucha velocidad.
Los elefantes siempre corrían usando sus trompas para agarrar fruta de los árboles y llevársela a sus bocas. Eran gigantes y sus patas quedaban marcadas en la tierra del bosque.
Las jirafas asomaban sus cabezas de manchas marrones y naranjas en busca de hojas en el nido de Coco que como era pequeño, pasaba allí el día hasta que llegara su madre con comida para él. El aire que respiraban las jirafas lo empujaba al lado opuesto del nido y aquello le hacía reír. Tenía pocos entretenimientos, puesto que como era pequeño, no podía hacer nada y dependía de su mama.
Al llegar la mama al nido, Coco decidió preguntarle las dudas que tenía del lugar donde vivía.
–Mami ¿Algún día voy a ir al lago como los tigres?–Preguntó sonrojándose.
–No, mi niño– Respondió la madre con dulzura.
–¿Mi trompa va a crecer como la de los elefantes, entonces?–Preguntó, nuevamente, animado.
–No, hijo mío–dijo la mamá sorprendida de las preguntas tan extrañas que hacia Coco.
–Es mi cuello, entonces ¿Verdad? ¿Se va a estirar como el de las jirafas? ¿Verdad? –Preguntó esperanzado Coco.
–No. Tú eres diferente–dijo entendiendo que Coco deseaba saber si pertenecía a las familias de animales que veía cada mañana.
–¿Cómo diferente, madre?– dijo con mucha curiosidad la pequeña ave.
–Eres un pájaro. Vas a usar tus alas para volar alrededor del mundo.
–Mami, pero no me gusta estar tan alto como tú cuando te vas en las mañana– dijo, finalmente, temblando.
–¿ Por qué?–preguntó la ave azuleja a su pichón.
–Me da miedo caer– y una lágrima salió de la pequeña ave.
La mamá de Coco lo abrazó bajo sus alas, sintiendo cómo el pequeño pajarito temblaba. Le dio calor y le cantó con amor hasta que quedó dormido.
Muy temprano la madre salió a buscar comida y nuevamente Coco quedó solo en el nido. Todos los días repetía la misma rutina. Miraba a los animales, reía con las jirafas y, de vez en cuando, se preguntaba qué tenía de mágica aquella selva.
Un día, cuando Coco estaba casi listo para volar, llegó al nido por accidente una pequeña ardilla que se llamaba Diana.
–Hola, ¿Por qué no vuelas como las demás aves?–Preguntó la ardilla con enormes ojos marrones.
–¿Soy un ave, dices?–contestó sorprendido
–¿ No lo sabías?–dijo la ardilla abriendo aun mas los enormes ojos marrones.
–No ¿Qué es un ave?–preguntó Coco sin entender qué era aquello.
–Un ave es un hermoso animal que tiene alas y puede volar y viajar muy muy lejos– dijo Diana la ardilla con extrema emoción.
–Pero, yo no quiero irme ¿Tu qué eres?–dijo temblando el pajarito.
–Soy una ardilla. Puedo escalar árboles, tengo dientes grandes y soy muy rápida–dijo Diana hablando extremadamente rápido.
–Y ¿qué pasa si yo no quiero ser un ave?, yo quiero ser ardilla y vivir por siempre en este árbol–dijo Coco emocionado y conmovido al mismo tiempo.
–Ni siquiera las ardillas vivimos por siempre en un lugar. El mundo es muy grande y bonito. Quedarse en un solo lugar sería desperdiciar su belleza–dijo Diana muy pensativa.
–Pero tengo miedo– repitió Coco muy triste.
–¿Puedes ver el miedo?–preguntó Díana mientras miraba a todos lados.
–No–respondió Coco confundido.
–¿Puedes hablar con el miedo?–dijo Diana tratando de escuchar sonidos a su alrededor.
–No–Respondió, nuevamente Coco.
–¿Olerlo?–preguntó Diana tratando de percibir olores.
–No–Respondió, nuevamente, Coco muy confundido.
–¿ Es real el miedo?–Preguntó muy pensativa.
Y mientras el pajarito reflexionaba, la ardilla desapareció. Coco quedó pensando buscando el significado de aquella pregunta ¿Era real el miedo? No lo sabía. ¿Acaso por eso este bosque se llama El Bosque Encantado? Tal vez habían criaturas con poderes mágicos dentro de él y no los podíamos ver.
En la tarde, decidió esperar al final para preguntarle a su madre.
–Mami ¿Qué es el miedo?–le preguntó Coco con mucha inocencia.
–Es como un monstruo que a veces nos paraliza, nos congela.
–¿Nos congela? ¿Cómo?¿ Con hielo? ¿Cómo el invierno?
–Por miedo, a veces dejamos de volar. Nos quedamos inmóviles.
Coco durmió con aquella idea y a la mañana siguiente decidió ir a buscar al monstruo y enfrentarse a él porque había decidido que, algún día, volaría. Para lograr volar, debía vencer al monstruo encantado. Seguramente era un hechizo que lo congelaba y por eso, aun, no lograba levantar sus alas.
Al despertarse, intentó abrir sus alas pero se dio cuenta, al mirar hacia abajo, que el árbol era muy muy alto y él era muy pequeño, si caía, podría lastimarse. Nadie quería vivir con las alas rotas. Nadie quería sufrir.
Después de unos segundos, el pequeño pajarito decidió pedirle ayuda a su amiga ardilla Diana. Lograron bajar con una cuerda que Diana se amarró en la espalda y metió al pichón allí dentro. Poco a poco lograron llegar al suelo del bosque.
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