En un pueblecito llamado Fantasía, lejos de grandes ciudades y aglomeraciones vivía un niño llamado Pablo que se distraía con mucha facilidad.
Su familia, a pesar de ser muy pequeña, era conocida por las gentes que allí habitaban como la familia Realidad. Pablo, vivía con sus padres en una cabaña pequeña. A pesar de ello, raras veces se reunían, pues Pablo nunca salía de su cuarto. Le encantaban las películas de dragones y hechiceros.
Muchas veces, la madre intentaba compartir momentos con Pablo, pero solía terminar triste, ya que él no le prestaba la atención necesaria para conversar o jugar.
Pablo, asistía al colegio todos los días, usaba botas negras y una gorra de soldado verde, le encantaba saltar sobre los charcos y daba la impresión de que iba a explorar en lugar de al colegio.
Al entrar a clase, nunca se acordaba de dar los buenos días ni a sus compañeros, amigos, ni a la maestra.
–Pablo ¿no se te olvida algo? –preguntaba la maestra al verlo entrar en silencio todos los días.
–mmm.. a ver, llevo los deberes, la chaqueta, pues no se, creo que no! –dijo Pablo como si se acabara de levantar de la cama.
–Los buenos días, Pablo!! Siempre que llegamos a un lugar hay que saludar y cuando nos vamos debemos despedirnos –dijo la maestra dulcemente.
–¿Por qué, maestra? –dijo Pablo totalmente distraído.
–El saludo es un acto de respeto y reconocimiento hacía los demás cuando llegamos a un sitio –explicó con amabilidad la maestra que se llamaba Clara.
–Lo siento, estaré más atento a la próxima. –respondió Pablo solo para salir del paso.
Durante la clase, Pablo, raras veces mostraba signos de estar presente. Sus compañeros nunca solían buscarlo para jugar ya que él siempre iba a la suya y acostumbraba a estar metido en sus cosas. A pesar de ello, Julia, una compañera muy intrépida intentó hablar con él.
–Hola Pablo ¿Que haces? –Dijo la pequeña rubia con dos trenzas.
–¿Cómo? Respondió Pablo extrañado.
–Me podrías ayudar con este ejercicio de matemáticas –dijo Julia con cara de preocupada.
Julia miró a Pablo a los ojos por varios segundos, pero Pablo no dijo absolutamente nada. De hecho, parecía que pensaba en algo que nada tenía que ver con Julia y hasta se veía asustado.
Al final, Julia se quedó sin su explicación de matemáticas y fue una verdadera pena porque a Pablo se le daban muy bien y sobretodo porque ese día Julia tenía que salir a la pizarra para resolver el problema que no sabía.
No pudo evitar y rompió a llorar. Clara, la maestra que era muy bondadosa, le explicó que no tenía porque preocuparse, que le ayudaría a resolver el problema. Pero Julia le dijo a la maestra que no lloraba porque no sabía el problema, en realidad lloraba porque sentía pena de que Pablo no la hubiera ayudado a pesar que como todos sabían, era muy bueno en las matemáticas. Todas las miradas se centraron en él y por primera vez, algo cambió en su cara. Parecía que aquel hecho había removido unas emociones en el interior de Pablo nunca vistas por sus compañeros.
Camino a casa, Pablo que tenía mucha imaginación no paraba de pensar en la temática de sus películas favoritas, de modo que vió una roca en la montaña y se imaginó que era un dinosaurio, vió unas tuberías grandes e imaginó que eran dragones, vió unos señores paseando e imaginó que eran magos y su misión sería rescatar a la princesa Julia, su compañera, que había sido prisionera durante años. Las calles eran un bosque lleno de flores y arboles muy altos.
Sin duda, tenía una tarea muy entretenida en su cabeza, lo suficiente para no estar presente en su vida normal que consideraba aburrida y sin mucha acción.
Mientras pensaba en esa fantasía, Pablo, corría por la calle como si estuviera en un bosque sin atender por donde iba hasta que se tropezó con una señora mayor que llevaba bastón. En ese momento, sintió como un silencio muy intenso y su corazón latió fuerte como un tambor al ver caer a la abuelita caía delante de él.
Afortunadamente, logró meter un brazo debajo de ella para sostenerla.
–Hijo mío, menos mal… ¿Por qué venías tan distraído? ¿Estás enfermo? –Dijo la abuelita con mucha calma.
–Perdóneme, pensaba en mis cosas y no la vi venir –dijo Pablo más blanco que la pared.
–No te preocupes, pero si quieres un consejo: la vida es muy corta para alejarnos de la realidad. Hace poco era niña, y ahora mírame – sonrió mostrando las arrugas típicas de expresión.
La piel, el pelo blanco, la ternura que solo brinda la edad y la mirada dulce de la señora hicieron reflexionar respecto a la manera en la que estaba llevando su vida. Ya no sabía ni qué hora ni qué día era.
– ¿Cómo se llama, señora? ¿La puedo acompañar a su casa y ayudar con sus bolsas? –Preguntó Pablo, tratando de recompensar el tropiezo.
–Soy la señora Ahora. Sí, me encantaría un poco de compañía. A veces parezco lenta y aburrida, pero la verdad es que siempre estoy presente –dijo la señora Ahora con picardía.
Pablo, que prefería vivir su vida pensando en fantasías extraordinarias pensó que aquello no estaba mal, la magia también existía en nuestros corazones, pero se estaba olvidando de sus amigos a causa de esto.
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