cuento los tres cerditos
Historias para Dormir

Cuento Los tres Cerditos [Historias para Dormir]

Érase que se era, tres pequeños cerditos, amigos desde su más tierna infancia, que vivían en una aldea cerca de un enorme bosque.

La aldea era un lugar muy tranquilo, con vastas explanadas de hierba y árboles para jugar y divertirse con todo tipo de animales: conejitos, zorros, topos, insectos, pájaros que cantaban de día y búhos que ululaban de noche. En la aldea no tenían mucho, pero eran felices porque se tenían los unos a los otros.

—Pues yo estoy deseando irme de este lugar. ¡Es un lugar horrible! —decía el pequeño lobo.

—No digas eso, Lobo —decía Flautista, el cerdito que soñaba con cantar como los pájaros.

—Sí, nuestra aldea no está tan mal —seguía Violinista, el cerdito cuyo sueño era compartir su pasión por la música.

—¿Cómo que no? ¡Es una ruina! Las casas son endebles, en el colegio no hay apenas material para estudiar ni para jugar, ¡y el hospital más cercano está a muchos kilómetros!

—Bueno —decía entonces Práctico, el cerdito con más ambición de todos, pero con las cosas menos claras—, los adultos hacen lo que pueden para que seamos felices en nuestra pequeña aldea.

—Pero no basta con ser feliz si no se tiene lo suficiente —seguía Lobo—. En cuanto pueda, yo voy a irme de aquí. ¡Estudiaré mucho para ser un gran arquitecto y viviré en la gran ciudad, lejos de este sitio!

Los tres cerditos resoplaban y dejaban que Lobo siguiera con lo suyo. Lobo tenía mala fama en la aldea y pocos niños querían jugar con él, además de que los adultos lo consideraban un poco problemático. Lobo era muy, muy ambicioso, con ideas muy claras, y odiaba vivir en aquella aldea porque la consideraba demasiado pequeña y pobre, llena de animales prejuiciosos y egoístas.

La realidad es que aquella aldea la conformaba una comunidad cercana donde todo el mundo prestaba ayuda a cualquiera que lo necesitase. A cualquiera, menos a Lobo, al que los animales siempre habían temido por su aspecto: largos y afilados dientes, una mirada aviesa, un pelaje sucio y ropa descosida.

Su actitud tampoco ayudaba; y es que Lobo, que se sentía muy solo en aquel lugar, lo único que quería era marcharse de allí y renegar de todos los que habitaban en ella.

—¿Quién teme al lobo feroz? ¡En la nariz le pegaré y en el barro lo hundiré! —solían cantar los pequeños animales, disfrazando su miedo de burla para que el lobo no los atacara. Él nunca pretendió atacarlos, pero todo el rencor que estaba acumulando le daba el fuelle que necesitaba para esforzarse por marcharse de un lugar tan horrible.

Los tres cerditos no podían empatizar con Lobo. Flautista, Violinista y Práctico eran tres cerditos felices, que siempre habían sido amigos y habían estado juntos, así que no entendían lo que Lobo quería decir cuando clamaba que su aldea era egoísta y prejuiciosa.

Los tres cerditos siempre habían estado rodeados de animalitos amables, dispuestos a jugar y divertirse con ellos. Sí, la aldea era un poco pobre y no tenían mucho, pero cultivaban su propia comida y los profesores en la escuela se esforzaban para que los niños aprendiesen lo necesario para que cada animalito pudiera perseguir sus sueños.

Flautista soñaba con cantar como los pájaros. Envidiaba el canto de aquellas criaturas, que escuchaba cada mañana al despertar, y quería ser como ellos. No le pedía nada más a la vida, pues no tenía muchas ambiciones, por lo que iba a todas partes con su flauta en las manos y la tocaba siempre que tenía oportunidad.

No sabía qué quería hacer con su vida, pues sólo quería tocar la flauta y jugar. Lo malo es que, como decía Lobo, la aldea era muy pobre, por lo que Flautista tenía que fabricarse sus propios juguetes. Poco a poco se convirtió en un pequeño artesano cuyos juguetes hacían felices a todos sus amigos.

Violinista, por su parte, tenía las cosas un poco más claras. Él también amaba la música, hasta el punto de querer vivir de ella. Su máxima ambición, su gran sueño, era ser un gran violinista y compartir su arte con el mundo, y se centraba tanto en su violín que ocupaba todo el tiempo su estudio.

Por último, Práctico era un cerdito muy trabajador y aplicado. Tenía mucha ambición dentro, pero no sabía qué hacer con ella; sólo sabía que tenía que estudiar duro y esforzarse mucho para llegar a ser alguien en la vida, aunque tuviera que sacrificar tiempo de juego con sus dos amigos, que se la pasaban tocando canciones, bailando y riendo.

Práctico solía decirles que tanta diversión les iba a pasar factura el día de mañana, pero Flautista y Violinista hacían oídos sordos.

Con el paso de los años, Lobo cumplió su promesa y se marchó de la aldea. Nadie supo qué fue de él. Pero los tres cerditos vieron que Lobo tenía razón: si querían prosperar en la vida, tenían que marcharse de allí, pues no había nada que pudieran hacer. Así pues, se despidieron de su familia y de todos sus amigos, agradecieron a los profesores todo lo que les habían enseñado y se marcharon a la gran ciudad.

Allí se abrió un mundo de posibilidades para los tres cerditos: había tanto por hacer, tanto por explorar, que no sabían ni por dónde empezar. Práctico propuso a sus amigos que construyeran una casa donde los tres juntos vivirían y colaborarían, pero sus amigos no estaban de acuerdo porque querían vivir su propia vida. Al final, cada uno decidió buscar su propio camino y prometieron mantenerse en contacto para estar siempre al día.

Flautista no sabía qué quería hacer, salvo tocar la flauta. Aprovechó sus conocimientos de artesanía para comprar un terreno barato y, en él, construyó una casita endeble, pero acogedora. Compró un sofá, una televisión, una cama, hizo un baño y una cocina muy rudimentarios y se pasó el día en casa, encerrado, viendo la televisión y tocando la flauta, aunque echaba de menos el acompañamiento de Violinista.

Hablando de Violinista, éste se esforzó un poco más. Trabajó de lo que pudo para ganar dinero y poder comprar un violín mucho mejor que el que ya tenía, además de pagar por estudios avanzados de violín.

Era un cerdito virtuoso, pero se dejaba todo su dinero en la música, por lo que le quedó muy poco para comprar una casa, asi que tuvo que vivir en un garaje que alquiló y en el que apenas tenía espacio para vivir. Además, dedicaba tanta atención a su violín que su garaje siempre estaba sucio.

Por su parte, Práctico seguía sin saber qué quería hacer, salvo trabajar y estudiar. De modo que decidió estudiar por las mañanas todo lo que podía, de todas las materias posibles, para saberlo todo, mientras por las tardes trabajaba construyéndose su propia casa.

Al cabo de un año, absorbió toda clase de conocimientos y se construyó con sus propias manos una preciosa casa de ladrillo de dos pisos, con todo lo necesario para vivir. Estaba tan contento con su casa que quería compartirla con sus amigos.

—¡Yo soy muy feliz en mi casita, tengo todo lo que necesito! —decía Flautista.

—A mí me vale con lo que tengo, sólo necesito mi violín —insistía Violinista.

Así que Práctico, sin saber qué hacer con tanto espacio, se quedó solo y triste en su casa. Tenía todo lo que se podía desear: dinero, una casa grande con todo tipo de lujos, estudios… Pero no tenía nadie con quien compartir todo aquello.

Un día, Flautista recibió una visita muy inesperada. Alguien llamó a su puerta, que casi se cae a pedazos y, cuando el cerdito abrió, se encontró con una sorpresa: Lobo estaba detrás de la puerta, con sus afilados dientes brillando en una sonrisa sincera. Su ropa ya no estaba descosida y su pelaje lucía más bello que nunca.

—¡Lobo! ¿Qué haces aquí? —dijo Flautista.

—Hola, Flautista. No sabía que vivías aquí.

—Sí, vivo aquí. ¿Quieres pasar?

—No me parece buena idea —dijo Lobo, echando un rápido vistazo a la pequeña estancia.

—¿Por qué no? En mi casa estarás muy bien. ¡La he hecho yo con mis propias manos! —dijo Flautista, orgulloso—. Me gusta tanto que me paso el día dentro, sin hacer nada. La buena vida —rio el cerdito—. ¿Tú qué tal? ¿A qué te dedicas ahora? No sabemos qué fue de ti cuando te marchaste, como prometiste.

—Pues, mira, resulta que me vine a estudiar aquí, a la ciudad. Estudié arquitectura. Me esforcé mucho y ahora soy Inspector Técnico.

—Suena muy bien. ¿Y en qué consiste ese trabajo?

—Consiste en decidir qué casas son habitables y qué casas son un peligro. Y tu casa es un peligro, Flautista. Mucho me temo que tienes que marcharte de aquí, porque se te puede caer encima en cualquier momento.

—¡Venga ya! —dijo Flautista, indignado—. No puedes echarme de mi casa.

—Es por tu propio bien. Te ayudaríamos dándote una casa mejor para vivir, pero tienes que dejar este sitio antes de que se te caiga encima y ocurra una desgracia.

—Pero no tienes pruebas de que se me vaya a caer la casa encima.

—¿Cómo que no? Vamos a verlo —dijo Lobo, y llamó a sus compañeros para que le trajeran un ventilador industrial. Cuando llegó el artefacto, Lobo lo puso frente a la puerta y lo accionó, y la casa se vino abajo en seguida. ¡Flautista se quedó sin casa!

 

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